COLEGIO TECNICO BENJAMIN HERRERA
C.SOCIALES- GRADO 9º.
Benito Juárez
CONSTRUYENDO PAZ
Instrucciones:
- Esta guía de autoaprendizaje sobre la construcción de
la paz, consta de lecturas de reflexión sobre la guerra. Es una carta del Correo de la Unesco, de
Albert Einstein a Sigmund Freud, que, junto con la respuesta de éste, editó
en 1933 el Instituto de Cooperación Intelectual con el título de ¿Por
qué la guerra? El Instituto auspiciaba entonces la
publicación de una serie internacional de cartas abiertas en las que
intelectuales destacados intercambiaban ideas sobre cuestiones de interés
general, la más importante de las cuales era la amenaza de guerra
-Luego, estos
elementos de las cartas nos permitirán
elaborar
una entrevista para estos personajes, teniendo
en cuenta el contenido de la lectura,
su visión de la guerra y las posibles respuestas dadas por ellos.
-Este ejercicio permitirá
desarrollar sus competencias lectoras y de creación de textos
La entrega es en dos fases: la primera el
5 de Junio, y la segunda hasta el 11 de
Junio.
Evidencias
a entregar:
1.Busque la carta de respuesta de S. Freud a A. Einstein
2.Subraye las ideas principales del contenido de
las dos cartas del Correo de la Unesco.
3.
Investigue y realice una breve reseña sobre la importancia histórica de
Albert Einstein y Sigmund Freud.
4.
De acuerdo a la lectura de estas cartas, elabore
una tercera carta, la suya, en respuesta a estos dos
intelectuales desde su visión personal y posición sobre la guerra.
5. Elaborar
una entrevista ( con tres
preguntas)para los dos intelectuales,
teniendo en cuenta el contenido de las cartas, y las posibles respuestas dadas por
ellos.
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Reflexionemos:
Muchas
de las guerras más atroces que se han librado en la historia de la humanidad se
dieron y se siguen dando a causa del racismo y la discriminación, así como de
la falta de respeto hacia la cultura, las costumbres y la espiritualidad de
muchos pueblos. “El
odio, que es uno de los elementos esenciales de la guerra es una de sus más
persistentes consecuencias.
La pasión es mal vehículo para la verdad; y aunque a veces
la haga comprender y la propague, muchas más la
oscurece y combate...“Los hombres de guerra no dan un paso
sin producir un dolor.
De muchos males se acusa a los soldados,
en vez de acusar a la guerra. La guerra no sale de los parques ni de los
arsenales, sino del corazón del hombre; y el día en que los
pueblos se amen, las armas perfeccionadas, o no, poco importa, caerán de sus
mano. La guerra es hambre, peste, robo, asesinato, sacrilegio, olvido de todos
los deberes, violación de todos los derechos, destrucción erigida en arte imperio de la fuerza, verdugo de la ley, todos los
malos instintos tomando consejo de la ira, pasiones sin freno, desolación sin
límites, perversidad sin castigo y crimen sin remordimiento .Al respecto de lo que se define en el día de hoy,
es necesario enfatizar que la discordia entre hermanos es el germen del
conflicto que en nuestro caso equivaldría no solo a continuar sino a recrudecer
las confrontaciones armadas. Una opinión desfavorable acerca de algo que no se
conoce en profundidad es un prejuicio que fomenta el odio y radicaliza las
ideas. La paz comienza apaciguando los rencores que han enfrentado a las
familias , desarmando los espíritus y promoviendo la reconciliación, pues NADA
es más importante que terminar la guerra” . José Antonio García Noblejas.Breviario
Humano, Aguilar, S.A. Madrid, 1949
Mucho antes de involucrarse en el
desarrollo de la bomba atómica, Einstein debatió con Freud sobre la guerra y su
relación atávica con el ser humano. Esta es la carta de A. Einstein publicada por
el Instituto de
Cooperación Intelectual de la UNESCO
¿Por qué la guerra? Carta de Albert Einstein a Sigmund Freud
Querido profesor Freud: ...
¿Existe
algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra?
En general se reconoce hoy que, con
los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de
vida o muerte para la humanidad civilizada; y, sin embargo, los ardientes
esfuerzos desplegados con miras a resolverlo han fracasado hasta ahora de
manera lamentable.
Creo, por otra parte, que aquellos
cuya tarea consiste en ocuparse práctica y profesionalmente de ese problema son
cada vez más conscientes de su impotencia al respecto y desean ahora muy
vivamente recabar la opinión de los hombres que, absortos en el cultivo de la
ciencia, son capaces de considerar los problemas mundiales con la perspectiva
que permite la distancia. En lo que a mí respecta, la dirección habitual de mi
pensamiento no es de las que permiten una visión en profundad de las zonas
oscuras de la voluntad y el sentimiento humanos. De ahí que, en el intento de
esclarecimiento ahora emprendido, apenas pueda hacer más que plantear
claramente la cuestión y, dejando de lado las soluciones más elementales,
ofrecerle a usted ocasión para que ilumine el problema con la luz de su
profundo conocimiento de la vida instintiva del hombre.
Para mí que soy un ser libre de
prejuicios nacionales, sólo hay una manera sencilla de abordar el aspecto
superficial (es decir administrativo) del problema: el establecimiento, por
consentimiento internacional, de un órgano legislativo y judicial para resolver
cuantos conflictos surjan entre las naciones. Cada nación se comprometería a
someterse a las órdenes dictadas por ese órgano legislativo, a apelar al
tribunal en todos los casos litigiosos, a plegarse sin reservas a sus
decisiones y a ejecutar cuantas medidas estime necesarias para asegurar su
aplicación. Pero aquí topo ya con una dificultad: un tribunal es una
institución humana que en sus decisiones puede mostrarse tanto más accesible a
las solicitaciones extrajudiciales cuanto menor sea la fuerza de que disponga
para poner en práctica sus sentencias. Hay un hecho con el que tenemos que
contar: derecho y fuerza se hallan inseparablemente unidos, y las decisiones
judiciales se aproximan al ideal de justicia de la comunidad, en cuyo nombre e
interés se pronuncian las sentencias, en la medida misma en que esa comunidad
puede reunir las fuerzas necesarias para hacer respetar su ideal de justicia.
Pero hoy estamos muy lejos de poseer una organización supraestatal que sea
capaz de conferir a su tribunal una autoridad indiscutible y garantizar el
sometimiento absoluto a la ejecución de las sentencias. Y así llego a mi primer
principio o axioma: el camino que conduce a la seguridad internacional impone a
los estados el abandono incondicional de una parte de su libertad de acción o,
dicho de otro modo, de su soberanía. Y no cabe la menor duda de que no existe
otro camino que conduzca a la seguridad.
El fracaso, pese a su manifiesta sinceridad,
de todos los esfuerzos que durante la última década se han desplegado con miras
a alcanzar ese objetivo no nos deja resquicio para dudar de que en este punto
intervienen poderosos factores psicológicos que paralizan tales esfuerzos.
Algunos de esos factores son fácilmente perceptibles. La apetencia de poder que
caracteriza a la clase gobernante en todas las naciones se opone a cualquier
limitación de la soberanía nacional. Ese "apetito político de poder"
se nutre a menudo de las actividades de otro grupo cuyas aspiraciones tienen un
carácter puramente material y económico. Pienso aquí en particular en ese grupo
poco numeroso pero decidido que encontramos en todos los países y que forman
individuos que, indiferentes a las razones e intereses sociales, consideran la
guerra y la fabricación y venta de armas simplemente como una ocasión para
obtener ventajas particulares y ampliar el campo de su poder personal.
Esta sencilla constatación es sólo un
primer paso hacia la plena comprensión de la situación efectiva. En seguida
surge una pregunta: ¿Cómo es posible que esa minoría consiga poner al servicio
de sus ambiciones a la gran masa del pueblo que de las guerras sólo obtiene
sufrimiento y empobrecimiento? (Cuando hablo de la masa del pueblo, no pretendo
excluir a los militares de cualquier graduación que han elegido la guerra como
su profesión, con la convicción de que contribuyen a defender los más altos
valores de su raza y de que el ataque es a menudo el mejor medio de defensa).
Me parece que una respuesta evidente a tal pregunta sería que esa minoría de
dirigentes políticos tiene en sus manos la escuela y la prensa y generalmente
también a la Iglesia. Ello le permite organizar y dominar los sentimientos de
las grandes masas y convertirlas en su instrumento.
Pero ni siquiera esta respuesta
explica el problema. Porque de ella surge otra pregunta: ¿Cómo es posible que
la masa, por efecto de esos medios artificiosos, se deje inflamar con tan
insensato fervor y hasta el sacrificio de la vida? Sólo veo esta respuesta: El
hombre lleva en sí mismo una necesidad de odio y de destrucción. En tiempos
normales tal disposición existe en estado latente; sólo se manifiesta en
circunstancias extraordinarias. Pero también puede despertársela con cierta
facilidad y degenerar en psicosis colectiva. A mi juicio, es ésta la clave de
todo el complejo de factores que venimos considerando, el enigma que sólo el
conocedor de los instintos humanos puede resolver.
Llegamos así a una última pregunta:
¿Existe la posibilidad de dirigir el desarrollo psíquico del hombre de manera
que pueda estar mejor armado contra las psicosis de odio y de destrucción? En
modo alguno me refiero aquí a las masas llamadas incultas. La experiencia
demuestra que es más bien la llamada "Intelligentsia" la que resulta
más fácil presa de las funestas sugestiones colectivas, ya que el intelectual
no suele tener contacto directo con la experiencia vivida sino que encuentra
ésta en su forma más fácil y sintética: el papel impreso.
Para terminar, he aquí otra consideración:
hasta ahora sólo he hablado de la guerra entre estados o, dicho de otro modo,
de los conflictos internacionales. No ignoro que la agresividad humana se
manifiesta también en otras formas y en distintas condiciones (por ejemplo, la
guerra civil que en otros tiempos tenía móviles religiosos y hoy los tiene
sociales, la persecución de las minorías nacionales...). Pero he insistido
deliberadamente en la forma más típica, más cruel y más desenfrenada de
conflicto porque es partiendo de esa forma como podrán encontrarse los medios
para evitar los conflictos armados...
Reciba mis más cordiales saludos.
Albert Einstein
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