(7ª s. GUÍA) COLEGIO TECNICO BENJAMIN HERRERA
C.SOCIALES- GRADO 9º.
LA REVOLUCION RUSA
Hace
103 años, en Rusia se desataron una serie de acontecimientos que cambiaron
el mundo. La Revolución rusa de 1917 no solo acabó con un imperio de 300 años,
sino que transformó de arriba a abajo el sistema político y económico del país
dando origen al primer sistema comunista de la historia y tuvo una
influencia enorme sobre el resto del mundo.
Contenido: (La
Primera Guerra Mundial - segunda parte: La revolución rusa)
Aprendizajes esperados:
- Conocer la Revolución rusa y sus repercusiones
en el curso de la Primera Guerra Mundial
- Evaluar la magnitud y
consecuencias de la Revolución rusa en el panorama mundial.
Instrucciones:
- Esta guía de autoaprendizaje
sobre la Revolución rusa consta de una lectura explicativa que abarca brevemente este proceso.
Estos elementos nos permitirán profundizar en algunas características
y conceptos fundamentales para entender el nuevo orden mundial después de
la Primera Guerra Mundial. Luego
podrá desarrollar algunas actividades creativas que lo orienten para
ver si está logrando los aprendizajes esperados y puede autoevaluar sus
avances. También esta guía está acompañada de una serie de sugerencias
bibliográficas y de páginas que podrán
consultar para solucionar sus dudas.
La entrega
es en dos fases: la primera hasta el 22 de mayo, y la segunda hasta el 29 de
mayo.
Evidencias
a entregar:
1. Subraye las ideas principales
del desarrollo de contenidos en la lectura sugerida.
2.Destaque los conceptos
fundamentales propios del tema (glosario) y defínalos (mínimo diez)
3. De acuerdo a la lectura y el
video de apoyo : Elabore en hojas
, en su cuaderno o en documento word
alguna de estas actividades creativas: historieta,
periódico o museo gráfico
de la Revolución rusa.
Video de apoyo: https://youtu.be/-mnRwShLmXc
|
Introducción:
A principios del siglo XX Rusia era un
país atrasado, enormemente desigual, con grandes masas de
población muy pobre y una pequeña élite muy rica. Sufría una
profunda crisis económica y estaba gobernado por una monarquía
absolutista (liderada entonces por el zar Nicolás II) extremadamente
impopular.
En
esta situación, el descontento social era enorme. Eso se tradujo en dos
oleadas revolucionarias que se dieron en 1917: por un lado, en febrero se
produjo una serie de revueltas que obligaron al zar a dejar el trono,
cuando vio que no podía controlarlas porque incluso el ejército se ponía del
lado de los protestantes.
A
partir de entonces se organizó un Gobierno provisional que era cada vez más
débil, mientras que una nueva forma de organización política ganaba cada vez
más apoyo popular: los soviets o asambleas de trabajadores, que
querían impulsar una revolución socialista.
La hoz y el martillo se
convirtieron en el símbolo del comunismo: en el sistema comunista, el poder
estaba en manos de los agricultores y los trabajadores.
Estos
últimos protagonizaron la segunda oleada revolucionaria de 1917. El 25 de
octubre (que equivale a nuestro 7 de noviembre porque entonces se usaba otro
calendario en Rusia), liderados por Vladimir Lenin y León Trotsky, asaltaron
la sede del Gobierno provisional y se hicieron con el poder.
Como
consecuencia de la victoria de los revolucionarios Rusia salió de la I
Guerra Mundial, pero entonces estalló dentro del país una guerra
civil que enfrentó a las fuerzas contrarias a la revolución y a los
bolcheviques revolucionarios.
Estos
últimos salieron vencedores y establecieron un nuevo Estado, la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que instauró un sistema
económico comunista y un régimen político de partido único.
El
nuevo país se convertiría en una potencia económica, política y
militar, aunque también hubo una enorme represión y falta de
libertades y pasó por períodos de mucha pobreza.
Además,
la revolución rusa provocó un gran terremoto político en todo el mundo, ya
que fue la gran referencia de un sistema alternativo al
capitalismo para partidos y sindicatos en muchos países e inspiró
otros movimientos revolucionarios, por ejemplo en China y Cuba.
El siglo
XX no se puede entender sin todo lo que provocó la revolución de 1917.
Pero ¿qué características tuvo la Revolución
rusa? ¿Por qué razones en Rusia zarista no fue posible la aplicación de reformas
de corte liberal? ¿Por qué el descontento del pueblo ruso? ¿Qué medidas
tomaron los bolchevique? ¿qué efectos geopolíticos tiene la aparición de la
Rusia socialista? En esta guía trataremos de dar respuestas a estas
preguntas.
|
Lea el siguiente texto
10
momentos clave para la Revolución Rusa
(Tomado de la Revista La Vanguardia.
Historia y vida contemporánea. 2017)
A través de diez momentos clave en el proceso,
intentamos salvar la enorme complejidad del fenómeno revolucionario ruso para
interpretar sus fundamentos
El zarismo hacía tiempo que se tambaleaba. Una y
otra vez, Nicolás II había recurrido al Ejército para acallar las
protestas de su pueblo. El 9 de enero de 1905, las tropas imperiales
disolvieron a tiros una concentración pacífica ante el palacio de
Invierno. Los manifestantes tenían la esperanza de que el zar los escuchara.
Pero Nicolás ni siquiera estaba en la ciudad.
Sus soldados mataron a unos doscientos
manifestantes e hirieron a otros ochocientos. Ese «Domingo sangriento», la
imagen del zar como protector del pueblo se hizo añicos. Las protestas se
sucedieron por todo el país, mientras el ejército imperial sufría una derrota
humillante ante Japón.
A regañadientes, Nicolás II aceptó la creación
de un parlamento, la Duma. Sería el mayor éxito de la revolución burguesa
de 1905. Pero el zar desaprovechó la oportunidad de democratizar su imperio.
El país se industrializaba a gran velocidad, pero
el 80% de la población malvivía en el campo. Con excepción del
británico, ningún imperio europeo sobrevivió a la I Guerra Mundial ,
pero el ruso sería el primero en caer.
Estos diez momentos fueron clave para que la
revolución triunfara en la Rusia de los zares.
1.El desastre militar
En agosto de 1914, en Prusia Oriental, Paul
von Hindenburg y Erich Ludendorff detuvieron una invasión rusa que parecía
imparable.
Los generales rusos no podían explicar su fracaso.
Un día antes de que la batalla terminara, Alexandre Samsonov se suicidó de un
disparo en la cabeza. Los alemanes bautizaron su victoria como la batalla de
Tannenberg, para olvidar una derrota medieval ante el eterno enemigo eslavo.
Poco después, Hindenburg venció a Paul von
Rennenkampf, el general del Primer Ejército ruso. Rennenkampf no se suicidó. Su
derrota no fue tan abrumadora. En su avance frustrado hacia Berlín, los rusos
habían perdido más de trescientos mil soldados y oficiales. Su sacrificio salvó
París, pero su derrota prolongó la guerra cuatro años más.
Lo primero que perdió el zar fue su ejército. Solo
en 1914 los rusos perdieron 1,8 millones de hombres. En 1915, los alemanes
iniciaron una ofensiva imparable: conquistaron Polonia, Lituania y gran parte
de Letonia. Pero el avance alemán no logró que Rusia saliera de la guerra. En
verano, Nicolás II asumió el mando directo de las tropas y cerró la
Duma.
En junio de 1916, el general
Brusílov emprendió una ofensiva que puso a los austrohúngaros al borde del
colapso. Pero cuando su ataque se agotó, el brillante general había perdido
400.000 hombres y, sobre todo, su fe en el zar: «Rusia no podía ganar la guerra
con su presente sistema de gobierno».
2. El monje y la
alemana
Cuando Nicolás partió al frente, dejó a su
esposa, Alejandra Fiódorovna Románova, a cargo del gobierno. Fue un error.
De septiembre de 1915 a febrero de 1917 se sucedieron cuatro primeros
ministros, cinco del Interior, tres de la Guerra... La zarina los cambiaba de
forma caprichosa. Alejandra tenía 43 años, cuatro hijas y un frágil hijo,
Alekséi, el zarévich. La hemofilia del niño había llevado a la zarina a acoger
en la corte, tres años antes, a un monje siberiano de siniestra
apariencia, Rasputín.
Alejandra era llamada despectivamente la
alemana (nació como la princesa Dagmar de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg),
pero se había criado a la inglesa. Cuando contaba seis años, su abuela, la
reina Victoria, se hizo cargo de su educación. Sin embargo, no logró prepararla
para reinar.
El pueblo ruso creía que el desastre en
el frente se debía a que la alemana desvelaba los
movimientos de las tropas rusas al káiser y que se entregaba a Grigori Rasputín
en orgías. Rasputín tenía tanto poder sobre la emperatriz que hasta proponía
quién debía ser ministro.
En diciembre de 1916, el príncipe Yusúpov, el
heredero de la mayor fortuna de Rusia, le invitó a pasar una velada en su
palacio. Quería matar al monje. Durante la fiesta, Rasputín tomó varias
copas de un Madeira envenenado, pero el cianuro no surtió efecto. Al final,
Oswald Rayner –amigo de Yusúpov, espía británico– disparó a Rasputín y tiraron
su cuerpo al río Nevá, donde, como demostró la autopsia, falleció ahogado.
Rasputín fue asesinado en una ciudad que vivía
su tercer invierno de guerra. En 1916, la situación en la retaguardia era
desastrosa. El frente lo devoraba todo. Una ola de frío polar paralizó un
sistema ferroviario al borde del colapso. Ni siquiera la capital recibía los
suministros que precisaba, más y más caros.
Desde el verano de 1914, el gobierno ruso no
dejaba de imprimir billetes para pagar los gastos de la guerra. La
medida disparó los precios de los productos básicos, cada día más
escasos. En febrero de 1917, la capital estaba al límite. «Una chispa
–pronosticaba un agente de la Ojrana, la policía secreta zarista– será
suficiente para que una conflagración estalle».
3. Abajo la autocracia
«¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!», gritaban unas siete mil
obreras que recorrían la avenida principal de Petrogrado. Pronto se les
unieron más mujeres y hombres para exigir un pan casi imposible de encontrar.
Ese jueves 23 de febrero de 1917 los cosacos no intentaron disolver la
protesta.
Viendo que los cosacos no intervenían, varios miles
de hombres se unieron a la manifestación. Muchos eran obreros de la
fundición de acero Putílov, la más grande de Rusia, que había cerrado por falta
de combustible. Sus 30.000 trabajadores se habían quedado en la
calle. «¡Abajo el zar! ¡Abajo la autocracia!», gritaban camino de la sede
de la Duma.
La manifestación terminó sin incidentes, pero la
mecha de la revolución acababa de prender. Al día siguiente, la huelga se
extendió a las principales fábricas. Decenas de miles de obreros se unieron a
las protestas. El 25, la huelga general era total en la capital. Esa misma
tarde se produce un hecho insólito: ¡los cosacos cargaron contra la policía a
sablazo limpio! El domingo 26 unidades militares ocupaban la ciudad. Pero el
gobierno estaba a punto de perderla.
Los soldados de los regimientos Volynsky y
Pavlovsky, de la Guardia Imperial, se amotinaron. La sublevación militar
convirtió la revuelta en una revolución. «Situación desesperada en la capital»,
telegrafió el presidente de la Duma al zar, a quien las protestas habían
sorprendido fuera de la capital. Indiferente, Nicolás anotó en su diario: «Por
la noche jugué al dominó».
El 27, los manifestantes asaltaron el Ministerio
del Interior y la sede de la Ojrana. Al acabar el día, la bandera roja ondeaba
en el palacio de Invierno. Los Romanov estaban a punto de dejar de reinar
en Rusia tras 304 años.
El 2 de marzo, Nicolás abdicó. Primero en su hijo
enfermo, Alekséi, y después en su hermano menor, el gran duque Miguel, que
rechazó el trono. Derribado el zar, ¿quién gobernaba el Imperio? Frank Lindley,
asesor de la embajada británica conocía la respuesta. “Tenemos dos [gobiernos]:
el verdadero, presidido por el príncipe Lvov, y un comité de representantes de
los trabajadores y de los soldados sin cuyas órdenes ningún hombre hará nada”.
En paralelo al poder del Sóviet, el Gobierno
Provisional, dirigido por el príncipe Lvov, emprendió la titánica tarea de
organizar las elecciones para una asamblea constituyente. Entre ambos hay un
nexo: Aleksandr Kérensky. El líder menchevique asume la cartera de
Justicia, sin abandonar el Ispolkom, el órgano ejecutivo del Sóviet. La revolución
había empezado sin sus profesionales, pero pronto llegarían a la capital desde
los rincones más alejados del mundo.
4. El tren de Lenin
La caída del zar sorprendió a Irakli Tsereteli a
8.000 kilómetros de Petrogrado, en una aldea siberiana cercana a Irkutsk, donde
vivía desterrado por sus ideas socialistas. Anatoli Lunacharski estaba en
París. Trotsky, Bujarin y Aleksandra Kolontái, en Nueva York. Lenin, en Zúrich.
Los alemanes convirtieron a Lenin en un arma.
Sabían que no pararía hasta conseguir que Rusia saliera de la guerra. Vladímir
Ilich Uliánov, alias Lenin, estaba a punto de cumplir los 47 años. Toda su vida
la había dedicado a predicar la revolución. Para Lenin, la caída del zar solo
era el primer paso para la dictadura del proletariado.
No admitía acuerdos con la burguesía ni con los
socialistas que no pensaban como él. Su intransigencia dividió en 1903 al
joven Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en dos
tendencias irreconciliables: la bolchevique –minoritaria, aunque
su nombre signifique lo contrario–, que lideraba Lenin, y la
menchevique, dirigida por Yuli Mártov, que defiende un partido de masas para
conquistar el poder mediante el voto.
También querían llegar así al poder los eseristas,
los partidarios del Partido Social-Revolucionario, que pretendían centrar sus
esfuerzos en expropiar a los terratenientes para repartir las tierras entre los
campesinos. Los líderes socialistas pertenecían a una intelligentsia que
llevaba décadas intentando derribar la autocracia zarista.
La expedición de Lenin partió
de Zúrich el 27 de marzo. Atravesaron el país enemigo en un tren sellado: un
vagón con tres compartimentos de segunda clase, cinco de tercera y un lavabo.
Al otro lado de una línea de tiza, dos oficiales alemanes vigilaban a los
rusos. Tras esa línea fronteriza mandaba Lenin.
El 29, los bolcheviques pasaron la noche en la
estación de Berlín. El 30, con un día de retraso, llegaron a Suecia tras
atravesar el Báltico en un transbordador. Mientras tanto, los bolcheviques
habían decidido apoyar al Gobierno Provisional contra las órdenes de
Lenin.
La madrugada del 4 de abril, la expedición
llegó a Petrogrado. Desde la estación Lenin se dirigió hasta el cuartel general
de los bolcheviques: un palacio incautado a una bailarina ex amante de Nicolás
II. Lenin acababa de terminar un viaje de 3.200 kilómetros, pero no pensaba en
descansar. Tenía muy claro que los bolcheviques debían tomar el poder y no
pararía hasta conseguirlo.
5. La fragilidad de la
República
El jueves 23 de marzo, los habitantes de Petrogrado
se reunieron para homenajear a los héroes muertos en la revolución. Obreros,
soldados y burgueses demostraron que aún estaban unidos. La Rusia que
celebraba a sus héroes revolucionarios había pasado en unas semanas de ser
la autocracia más represora de Europa a convertirse, en palabras de
Orlando Figes, en «el país más libre del mundo».
El Gobierno Provisional que presidía el príncipe
Lvov decretó una amnistía y aprobó leyes que garantizaban la libertad de
reunión, de prensa, de expresión... Pero la unidad demostrada en el funeral se
rompió pronto. Campesinos y obreros no deseaban una reforma, sino una
revolución social. Y eran sus asambleas las que tenían el poder.
Solo había una cosa en la que el Gobierno
Provisional estaba de acuerdo con el zar: la guerra contra Alemania. Cada día
cientos, miles de soldados dejaban el frente.
El príncipe Lvov, agotado, dimitió el 7 de
julio. Le sustituyó Aleksandr Kérensky. «Es el único hombre al que
podríamos recurrir para mantener a Rusia en la guerra», opinaba sir George
William Buchanan, el embajador británico.
Gran Bretaña y Francia llevan meses presionando al
Gobierno Provisional para que atacara a los alemanes, pero la ofensiva de
Brusílov resultó ser un fiasco. En Petrogrado, Lenin aprovechó el
desencanto de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días
de incertidumbre, Kérensky aplastó el golpe. El líder bolchevique tuvo que
escapar en un tren a Finlandia disfrazado de fogonero.
Decepcionado por el fracaso de la ofensiva,
Kérensky nombró al general Lavr Kornílov sucesor de Brusílov. A finales de
agosto, Kérensky intentó usar un golpe frustrado de Kornílov para
consolidarse en el poder. El resultado sería el contrario: no iba a resistir un
tercer ataque.
6. El golpe bolchevique
La noche del 10 de octubre de 1917, en la casa de
una maestra –Galina Flakserman, veterana bolchevique–, se reunieron 12 de los
21 miembros del Comité Central bolchevique. Diez de ellos votaron a favor de
la insurrección armada. Solo Lev Kámenev y Grigori Zinóviev se
opusieron.
El 18, una semana antes del golpe, Kámenev advirtió
a Kérensky del golpe a través de unas líneas en el periódico de Gorki. Pero el
presidente ignoró el peligro. Es más, Kérensky subestimó tanto a los
bolcheviques que decidió transferir el núcleo de la guarnición de Petrogrado al
frente.
Los soldados, que no tenían ningún deseo de
combatir, se pusieron bajo la autoridad del Comité Revolucionario Militar
(CMR). Liderado por Trotsky, el CMR tenía la misión oficial de impedir una
contrarrevolución. En realidad, sería el instrumento que los bolcheviques
emplearán para su golpe.
La noche del 24 de octubre, unidades bolcheviques
tomaron los centros estratégicos de la ciudad. A la mañana
siguiente, Kérensky estaba aislado en el palacio de Invierno. Huyó de la
ciudad precipitadamente en un vehículo requisado a la embajada estadounidense.
En el palacio se quedaron sus ministros, protegidos por una heterogénea e
improvisada guarnición. Sin apenas munición y víveres, la mayoría desertó antes
de que llegara la noche. La verdad es que los bolcheviques tardaron casi
todo el día en tomar el palacio. Los combates se limitaron a sus alrededores.
No había salido como Lenin quería, pero la toma del
palacio de Invierno concluyó antes de que el Comité de Sóviets finalizara. Solo
300 de los 670 delegados eran bolcheviques. Eseristas y mencheviques eran
mayoría, pero, con ingenuidad, abandonaron el congreso para protestar por el
golpe. Era un suicidio político.
En Moscú, la resistencia fue mucho más fuerte. Los
hombres de Lenin tardaron diez días en tomarla. Con Moscú bajo su control,
Lenin podía afirmar que Rusia estaba bajo la autoridad del Consejo de
Comisarios del Pueblo.
Le encantaba el nombre que había elegido Trotski
para sus ministros. «¡Huele a revolución!». En realidad, olía a dictadura
proletaria. Lenin ilegalizó el Partido Kadete (una formación de
ideología liberal) y encarceló a sus líderes. Cuando, en noviembre, las
elecciones a la Asamblea Constituyente dieron la victoria a los
social-revolucionarios, Lenin no renunció al poder. Clausuró la Asamblea
el mismo día de su apertura. La breve etapa de libertad de Rusia había
terminado. La guerra civil estaba a punto de empezar.
7. Ni guerra ni paz
Lenin ordenó a Trotsky que estirara al máximo las
negociaciones con los alemanes. “No hay duda de que será una paz vergonzosa
–anuncia al Comité Central bolchevique el 11 de enero de 1918–, pero si nos
embarcamos en una guerra nuestro gobierno será barrido”.
Maestro de la retórica, Trotsky llevó su lema
«Ni guerra ni paz» al máximo.
El 9 de febrero, Alemania firmó la paz con Ucrania
y exigió a Rusia su rendición. Ese día Trotsky se sacó de la chistera su último
truco: admitía la derrota, ¡pero se negaba a firmar la paz!
Las tropas alemanas iniciaron el 18 de febrero el
avance imparable previsto por Lenin. Cinco días más tarde, este lograba que la
ejecutiva del Sóviet aceptara las durísimas condiciones alemanas. El tratado se
aprobó el 3 de marzo en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk. Trotsky
dimitió para no tener que estampar su firma en él.
Rusia perdía Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia,
Lituania y, sobre todo, Ucrania. En estas tierras estaba el 34% de su
población, el 54% de sus fábricas, el 89% de sus minas de carbón...
Esa paz humillante permitió a Lenin centrarse en
los enemigos interiores. En esa lucha contra burgueses, aristócratas, kulaks (campesinos
enriquecidos) y, finalmente, socialistas eseristas y mencheviques, la
Cheka fue un instrumento esencial.
La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha
contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka) se creó el 7 de diciembre de
1917. Era la organización de la que nacerá el
KGB. Lenin situó al frente a Félix Dzerzhinsky. En
abril era un pequeño ejército, el embrión de una fuerza que llegó a los 250.000
hombres en 1920.
Lenin usó la persuasión para eliminar a sus enemigos. La revolución había
desatado un odio de clases largamente latente. Había que eliminar a “los de
antes”, incluida la familia real.
8. El fin de los Romanov
Nicolás II se sintió liberado cuando perdió el
poder. Tras su abdicación, el Gobierno Provisional recluyó a la familia
imperial en Tsárskoye Seló. El último zar dedicaba sus días a cortar leña,
remar, a jugar al tenis, al dominó...
El Gobierno Provisional tanteó exiliar a la
familia a Reino Unido, pero Jorge V –primo del zar de asombroso parecido–
retiró su oferta por temor a la reacción de los laboristas británicos. A
mediados de agosto, Kérensky ordenó el traslado de los Romanov a Tobolsk, en
Siberia.
Trotsky quería juzgar en Moscú al zar por sus
crímenes contra el pueblo, como hicieron los revolucionarios franceses con
Luis XVI. No hubo proceso público. En abril de 1918, el Sóviet de los Urales
trasladó a la familia a Ekaterimburgo, adonde los Romanov llegaron el día 30.
Se alojaron en una desvencijada mansión requisada a
un hombre de negocios local, Nikolái Ipatiev. Para las autoridades bolcheviques
era “la Casa del Propósito Especial”. Mientras tanto, las tropas
antibolcheviques de la Legión Checa estaban a pocos kilómetros.
La noche del 16 al 17 de julio, Yakov Yurovsky,
jefe de la Cheka local, ordenó al médico que reuniera a la familia imperial
para su traslado. Era una farsa. Yurovsky había preparado la ejecución de
los Romanov en el sótano de la casa. Trece tiradores, incluido él, armados
con revólveres. La historiografía soviética atribuyó al Sóviet de los Urales la
orden de la ejecución. Trotsky escribió en su diario que fue decisión de
Lenin.
9. De la utopía al
terror
Fanny Kaplan, una joven eserista, intentó
matar a Lenin. La tarde del 30 de agosto de 1918, Kaplan burló a los
guardaespaldas del líder bolchevique y disparó tres veces contra él. Su primer
disparo falló. El segundo alcanzó a Lenin en el cuello. El tercero le atravesó
el pulmón izquierdo. Pese a la gravedad de sus heridas, Lenin se recuperó
rápidamente.
Fanny Kaplan fue ejecutada sin juicio. El 4 y el 5
de septiembre, dos decretos de los comisarios de Interior y
Justicia iniciaron el llamado Terror Rojo. Miles de eseristas fueron
detenidos, pero también burgueses y oficiales.
Quienes escapaban al Terror Rojo se exponían
también al Terror Blanco. La contrarrevolución estaba
liderada por los generales Mijaíl Alexéev y Lavr Kornílov. Las potencias
occidentales armaban y vestían a sus hombres y enviaban miles de soldados para
proteger sus retaguardias.
En el verano de 1919, las tropas del general
Denikin amenazaban Moscú, mientras las del general Yudénich y el almirante
Kolchak avanzaban hacia Petrogrado. Pero el Ejército Rojo, creado por Trotsky,
las venció en todos los frentes. Profundamente antisemitas y conservadores, los
blancos fueron incapaces de ganarse el apoyo de unos campesinos que también
rechazaban a los bolcheviques. A mediados de noviembre de 1920, una flota
heterogénea partía de Sebastopol rumbo a Constantinopla con casi 150.000
soldados, mujeres y niños. La revolución había vencido a los
contrarrevolucionarios.
10. La última rebelión
Para alimentar a las ciudades, Lenin ordenó
requisar a los campesinos sus víveres y provocó una revuelta que llegó
hasta el corazón de la revolución, la base naval de Kronstadt. Hartos de
los abusos que sufrían sus familias campesinas y obreras, los marineros
reclamaban «raciones iguales para todo el pueblo trabajador» y «libertad para
los campesinos para cultivar la tierra». El 1 de marzo de 1921 se reunieron
para elegir un nuevo Sóviet. Habían vuelto a febrero de 1917.
La represión bolchevique no tendría piedad con
ellos. Trotsky ordenó el arresto de sus familias. El asalto de la base comenzó
el 7 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora (en febrero de 1918, Rusia había
pasado del calendario juliano al gregoriano). Diez días después, tras varios
asaltos frustrados, la fortaleza cayó.
Los bolcheviques habían vencido a todos sus
enemigos. Diez millones de personas
murieron entre 1917 y 1922 víctimas de la revolución, la guerra civil, el
hambre, las enfermedades, la represión... Cientos de miles se habían exiliado.
En mayo de 1922, Lenin sufrió un infarto que le
dejó sin habla, y en diciembre otro ataque paralizó la mitad de su cuerpo. La
nueva URSS iba a nacer ese mismo mes.
Frente a los vencidos están los primeros ejemplares
del “Homo sovieticus”. Los niños nacidos tras la revolución crecerían en una
sociedad sin clases, adorarían a Lenin y temerían a Stalin. En 1937,
mientras la utopía socialista seducía a cientos de intelectuales occidentales,
Stalin ordenaba el arresto de casi dos millones de personas. Un millón
trescientas mil acabaron en campos de concentración. Setecientas mil fueron
ejecutadas, entre ellas, los antiguos compañeros de revolución.
Video de apoyo sobre la Revolución
rusa: https://youtu.be/-mnRwShLmXc
Referencias
bibliográficas: Ciencias Sociales .9 Ed. Voluntad/Hombres, espacio y tiempo
Ed. Susaeta/Histora de la humanida. Rodolfo Ramón de Roux/ León Trotsky: “Historia de la Revolución
Rusa”; Lima. Primera edición octubre
de 2017.
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